Cuando la imaginación nos acusa
Por Marcos Fabián
Herrera
A Ray Bradbury debemos que acuarelas de fantasía
nos hayan hecho reflexionar sobre la deshumanización de la ciencia y el
desvanecimiento de las fronteras éticas. El desenfreno en la experimentación
científica y la hegemonía de la técnica, nos ha recordado vaticinios gestados
en la fecundidad literaria: Un mundo panóptico controlado por un ojo ciclópeo
que escudriña a los humanos sin empacho; urbes narcotizadas y sometidas al
culto frívolo que imponen humanoides; y cuadrillas de hombres empecinados en
incinerar todo vestigio libresco en la tierra, son apenas algunos de los
atisbos que la literatura ha osado en dibujar sobre los inciertos días del
futuro.
Pero también los ensayistas han diseccionado el
tema. Quizás una de las nostalgias más enquistadas en la reflexión
contemporánea de los pensadores de la cultura sea la del acervo letrado que se
diluye en medio del barullo de esta época sin asidero; la supremacía del
fragmento, la fugacidad del dato y la eclosión de alfabetos torpes y formatos
multidimensionales, dejan perplejos a los cofrades de Gutenberg.
El desmemoriado de Fabio Martínez, ficción de
sangre Braudburiana, ha tenido como umbral un señuelo propio de la lúdica
literaria: Una caja de pandora que se abre la noche del 19 de diciembre del
2012 cuando Pitty introduce en el programa Novel las palabras “memoria”,
“Manzana” y “Pitty”. Así, obtiene la novela que la agobiante vida de empleado
de la multinacional memoria Babel le ha impedido escribir, y surgen las 174
páginas de este artilugio apocalíptico y crudo, premonitorio y futurista.
Pitty Caballero Santos es un profesor de la
universidad Nacional, que por sus habituales jornadas licenciosas, no llega a
tiempo al lugar en el que se entregan las tabletas electrónicas que permiten el
ingreso a la nueva sociedad virtual. Sometidos a las privaciones que genera el
carecer de este artefacto, él y su esposa, Manzana Siachoque, deberán sortear
dificultades por ser seres confinados al ostracismo y desterrados de la
legalidad digital.
Si el pensamiento se extingue y la información se
ensancha en las múltiples formas que posibilita los atavíos de la virtualidad,
tendrá pertinencia preguntar, ante la desazón del profesor Pitty que pierde su
bagaje cultivado con la pertinacia propia del intelectual decimonónico:
Para qué leer un libro si todo está sintetizado en
Wikipedia; para qué pergeñar un buen verso si ya todo está escrito en la
memoria de Babel y circula en la red; para qué dibujar un plano, una figura o
un paisaje si existen miles de programas que hacen esto mejor tú; para qué
traducir un libro si ya tienes miles de softwares que te lo traducen y lo hacen
mejor que tú; para qué crear una composición musical si la puedes bajar por
internet; para qué pensar si existen miles de programas virtuales que piensan por
ti, ahorrándote el camello intelectual de pensar. El pensar es un camello, que
para poder atravesar el desierto de la ignorancia, tiene para ello dos gibas en
su cuerpo llenas de agua.
Si las buenas novelas han de llevar a los lectores
a los entresijos del caos para develar los espejismos, y los libros son el
último refugio de quienes desdeñan la estolidez, El desmemoriado de
Fabio Martínez puede ser la primera pócima para beber antes de caer el
embotamiento mental que enajenó a Pitty y lo condenó al automatismo de los
zombis.
El desmemoriado, una novela entre las
redes de las redes
Por
Gustavo Reyes
El
desmemoriado podría ser algo tan imposible como una novela dentro de
un cuento. Una ostra dentro de la perla. Se presenta como una novela
explícitamente y desde el principio y, aparte de que nadie se atrevería a proponer
como cuento un relato de 174 páginas, tiene forma e intención de novela. Sin
embargo, el sabor residual que queda tras la lectura de El desmemoriado es el
de un sueño, y los sueños son relatos instantáneos y no novelas.
Cuando Pitty Caballero termina de leer con
nosotros la novela de su vida, descubrimos que hemos sido timados por el
personaje y, como en una trama de thriller perfecta, el asesino es uno, y la
víctima el planeta Tierra.
Esta quinta novela de Fabio Martínez, perteneciente
al universo de la anticipación o ciencia ficción, es también una protesta, un manifiesto,
un desquite, una diatriba y una advertencia construida en el habla llana de la
calle para darnos el anticipo de un futuro alucinante que, quizá, ya no estaríamos a tiempo de evitar, a menos que
espejos como el que se propone ser esta obra actuaran como freno de emergencia.
La
historia de El desmemoriado es una parábola esperpéntica que comienza dos veces
y en diferentes fechas. La primera la noche del 19 de diciembre de 2012, y la
segunda 56 años después, el amanecer del 6 de agosto de 2068, el día en que la
ciudad se apresta a celebrar su aniversario número 530.
La obra, dedicada a la memoria del escritor y
periodista Ignacio Ramírez, se
desarrolla en la geografía física y psíquica de una Bogotá que el autor conoce
y que ahora, al retroceder al futuro, desconoce y lo vulnera.
Al lado de Pitty Caballero y Manzana
Siachoque, la ciudad es coprotagonista. Es en sus entrañas donde ocurre la
historia de esta curiosa pareja que con
su postura alternativa funge a lo largo del libro como una especie de
conciencia que, de alguna manera, subsiste gracias a que logra respirar un aire
menos viciado que el que intoxica a los millones de habitantes del Distrito
Capital, una megaciudad transformada en el sueño pesadillesco de la tecnocracia
y la automatización a ultranza.
Mediante un lenguaje desabrochado que
recuerda la prosa generacional de Andrés Caicedo, el autor contrasta y matiza una
ciudad que respira y transpira a “2.600 metros sobre el nivel del mal” mediante
cientos de miles de pantallas encargadas de suplantar la presencia humana.
Martínez aprovecha para ajustar cuentas con el stablishment, con Obama, con los narcos y los paramilitares, la
guerrilla y la burocracia, las relaciones virtuales y el terrible progreso de
la humanidad, e incluso con la masa inmensa de lectores que, como una pandemia,
desertan de la literatura para digerir las pastillas deslactosadas del párrafo
virtual.
El hecho fortuito de que Pitty Caballero y su
esposa Manzana Siachoque lleguen tarde a registrarse como habitantes de la
ciudad desata la acción que se desarrollará en adelante. Un adelante a partir del
cual El desmemoriado establece un puente en el que conviven presente y futuro
con el objeto de remarcar aún más las divergencias entre los siglos XX y XXI y,
de esta manera, lograr que el ajiaco y los alimentos encapsulados compartan
mesa con la misma naturalidad que los ciudadanos toman taxis aéreos para ir a
comprar computadores robados en Patio Bonito.
La novela es una fuga constante para escapar
no solo de las asfixiantes autoridades que, al igual que en 1984 de George
Orwell o el Mundo Feliz, de Aldous Huxley, gobiernan como una entidad invisible
que decide el destino de la Ciudad - Estado creada por Martínez.
Para él
la escritura de ficción siempre ha sido un hecho lúdico, una oportunidad excepcional
de desacralizar y cuestionar lo establecido, de modo que El desmemoriado, fiel
a esa postura irreverente se viene con todo desde la primera hasta la última
línea. Los mismos nombres de sus personajes le advierten al lector acerca de su
comicidad: Harold Almorranas, Manzana Siachoque, Pitty Caballero son una
muestra de la actitud bromista del escritor. El humor en medio del delirio
paranoico es una constante a lo largo de la vida, y sirve para escamotear una
cotidianidad en la que los robots y los clones ganan terreno merced al
desplazamiento de los propios humanos, con su suicida complicidad.
En la Bogotá de 2068 los ciudadanos mediante
un harakiri absurdo admiten su propia destrucción a cambio de un confort y una
seguridad cuyo precio es la vida “humana” a cambio de la robotización. De la
libertad solo van quedando las versiones
virtuales prefabricadas de una sociedad en la que incluso la intimidad se
transforma en representación virtual.
Los personajes de Martínez tienen un el
aspecto y la actitud que conviene a seres destinados a llevar la ironía hasta
sus últimas consecuencias. El epígrafe elegido por el escritor para su novela:
“El presente está en peligro. El planeta vive, titubea, rueda, eructa, tiene
hipo, ventosea día a día. Todo se hace, se vive a corto plazo. El futuro se
borra tanto o más en cuanto depende, no solo de azares y bifurcaciones, sino
también de un eventual todo o nada”, de Edgar Morin, nos anuncia un mundo
globalizado que se comporta como un nuevo rico de la ciencia y la rebaja
al servicio de la automatización humana.
Esta novela funciona como un revulsivo que a
la vez que replantea el desafío de saber administrar los avances de la ciencia
en beneficio de la humanidad y la absurda miopía de esos mismos seres humanos
que juegan a la ruleta rusa con ella.
La Bogotá de Martínez está llena de guiños
para el nativo y el adoptado Para quienes han crecido o vivido en la capital
interpretar la burla que entraña el apellido Goyeneche es algo casi mecánico. El
científico transformador de la ciudad, el creador de una inverosímil cubierta
de plástico corrediza con la que se
protege la metrópoli de las lluvias ácidas o del sol sin filtros, así como la
canalización del río Bogotá, ahora convertida en autopista, y otros avances
igualmente desopilantes, es un loco.
El desmemoriado nos plantea la solución como
problema, capturándonos en las redes de las redes, de las que necesariamente
solo cabe esperar que podamos escapara a tiempo.